////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

martes, 8 de marzo de 2011

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER: ALZAMOS LA BANDERA BLANCA EN LA GUERRA DE LOS SEXOS...

En el Día internacional de la Mujer, El Martiyo saluda a todas las chicas del mundo, y rescata para la ocasión, de lo recóndito de sus archivos, este breve texto publicado tan luego en nuestro enemigo diario Clarín, y tan luego para esta misma fecha en ocasión del primer año del suplemento Mujer.
Aquí el autor renunciaba públicamente a un machismo al que ya había renuniado íntimamente mucho antes, y avasallado por los hechos: las mujeres son mejores.
Hoy, aún convencido tantos años despuès, aquí El Martiyo reedita esas palabras, en nombre de muchos hombres, y en homenaje a todas las mujeres del mundo.
A todas.


ADIÓS A LAS ARMAS

 

Ya en el principio de los tiempos, cuando la prole creció demasiado y las grandes presas comenzaron a escasear, la señora del cavernícola tuvo que salir a cazar con su marido para evitar que el hambre se comiera a sus hijos. Ahí, así, empezó el conflicto, nació la competencia, el gran clásico de los clásicos de todos los tiempos: Adán y Eva-Eva y Adán, esa ardiente rivalidad.
Porque al principio los hombres se creyeron muy superiores, sabían  manejar mejor las armas (ellos mismos las habían diseñado, claro), conocían de memoria el bosque y sus peligros, les daba por inventar chistes muy compadritos, y se mataban de la risa de la torpeza de sus mujeres. "Andá a lavar los platos", gritaban los monos entre los árboles... y las chicas se molestaron.
Tocadas en su orgullo más orgulloso, decidieron demostrarles a esos ordinarios que ellas también podían, y así, ahí, fue cuando aquella rivalidad casera, moderada, casi deportiva, dejó de ser un juego y pasó a ser una guerra: la guerra de los sexos.
De allí en más, ellas, las chicas, calladitas y laboriosas -sumisas en apariencia-, aprendieron perfectamente a manejar el arco y la flecha, el remo, el fuego, la ley y el orden... y tan sólo por demostrar que eran iguales, un día descubrieron que eran mejores. Juezas, periodistas, colectiveras, automovilistas, políticas, policías, médicas o combatientes; de pronto las mujeres eran hombres mejores que los hombres, porque además eran hombres capaces de concebir y parir y amamantar más hombres. Y así en pocos años, en dos o tres décadas apenas, ganaron la guerra. 
Ahora tienen un Día Internacional de la Mujer y suplementos específicos en los diarios que los hombres no tenemos; ahora tienen ministerios, secretarías y organismos propios que los hombres no supimos conseguir; ahora juegan al fútbol, fuman puros y boxean; y al cabo del siglo XX, en  una clara demostración de victoria y poderío, consiguieron que el feminismo fuese considerado un movimiento, y el machismo un defecto. Ganaron. Hurra. Bravo.
En esa inteligencia, ante semejante desenlace, en el alba de un nuevo milenio, creo que es un momento por demás propicio para admitir la derrota, anunciar el fin de la contienda, y ungir a las vencedoras.
Ustedes tenían razón, chicas: el machismo es cosa de primates, de cavernícolas, de trogloditas, de infelices maricones, sí... Adiós a las armas. Ya nunca jamás nos oirán decir que nada les viene bien, que ni dios las entiende, que hablan en otro idioma, ni todas esas gansadas que decíamos ayer, nunca jamás. Se acabaron los machistas. Los últimos rebeldes sobreviven ocultos en la más patética misoginia, o se desangran acantonados en la soledad más atroz.
Basta.
Bandera blanca.
Viva la paz.
En mi nombre y en el nombre de mis amigos -todos auténticos machos argentinos-, aquí depongo las armas y al pie firmo la rendición. Otros suscribirán. Stop.
Felicitaciones. Stop.
Ahora repartan copas y besos y que empiece la fiesta que aquí seguimos nosotros: los sedientos de siempre.
Stop.


Daniel Ares, por El Martiyo



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