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martes, 14 de junio de 2011

JORGE LUIS BORGES: UN ARGENTINO IMPERDONABLE.

Ayer fue el día del escritor, hoy se cumple un nuevo aniversario de su muerte, hace tiempo queríamos reeditar esta columna -escrita y publicada hace mucho más tiempo en distintos medios inflamables-, y de pronto nos sobran los motivos como si de verdad hicieran falta para honrar a Borges. 

 

 

Un Argentino Imperdonable

 

 



"He tenido una misteriosa suerte... una serie de borradores que han llamado Obras Completas... es una miscelánea y la gente se ha dejado engañar. No tengo realmente una obra orgánica, son brevedades mías... En verso, líneas sueltas por aquí y por allá, quizá algún soneto... olvidemos lo demás"

                                                       J.L.B.



  Así como el sol no puede ser contemplado bien de cerca, así tampoco sus compatriotas y contemporáneos supieron ver a Borges en toda la magnitud de su estatura universal, que ya no cesa de crecer y de crecer. Tal vez allí quepa el perdón que precisamos.
Porque su tiempo le fue hostil.
Perseguido por los peronistas, despreciado por la izquierda, sospechado por la derecha, envidiado -temido- por casi todos sus colegas, burlado por la prensa, criticado o negado por cualquiera, leído por casi nadie, su propia patria sobre todo le fue hostil.
Él supo amarla, en cambio.
Dejó para su gloria, labradas en papel, breves piezas de mármol, y creó, para siempre, un nuevo lenguaje argentino reverenciado ahora en todo el mundo. Tal era el tamaño de su amor y su esperanza.
Compuso milongas inmortales y endecasílabos perfectos que hablan de nuestra pampa y de sus gauchos, de sus próceres y de sus batallas, de Palermo y sus compadritos, y de honorables cuchilleros de las orillas del Plata, que ahora le deben a Borges su buena fama eterna en Tokio, en Roma, en árabe, en ruso, en Oxford y en Cambridge, en la Universidad de Aarhus de Dinamarca, en la Sorbona de París, y en las escuelas de letras de todo el planeta.
Pero los argentinos no lo quisimos, lo discutimos, lo negamos, lo perseguimos, lo espantamos. Lo hartamos.
 No le perdonamos que no fuera peronista ni izquierdista ni fascista ni radical ni una cosa ni la otra, sino algo distinto y acaso mejor: un espíritu libre.
Descreía de la fama, "que no merece nadie", y de la victoria “porque entontece a los hombres”; no adhería a ningún dogma y rechazaba todo fanatismo. Abjuraba de los mitos modernos, cultivó la ética y despreció el éxito, no sabía cómo formaba la selección nacional, creía en la sola aristocracia de la imaginación y la sensibilidad, y era, además, austero, sobrio, y humilde sin modestias. Un argentino imperdonable.
Acaso alivie nuestra vergüenza recordar que también el mundo le faltó el respeto en su momento.
En un gesto de puro narcisismo -y por lo tanto, de suicidas consecuencias-, la Academia Sueca del premio Nobel, demorada en minucias de cabaret, nunca lo galardonó. En 1982, cuando el premio fue para la literatura latinoarmericana, y se lo dieron a Gabriel García Márquez, el novelista, contento y desanimado, en un gesto de honesta lucidez dijo  “no sé de qué vale si no se lo dieron a Borges”.
Cuatro años después, Borges moría en Ginebra, y así el Premio Nobel de Literatura perdía su más alta cotización definitivamente.
El 24 de agosto de 1999, toda el planeta se unió en un solo homenaje mundial porque se cumplían cien años de su nacimiento. 
Hoy su nombre desborda su tiempo y se inscribe ya entre los grandes nombres de la historia del hombre.
Dimos a luz un clásico universal tan genial en lo suyo como Diego Maradona, y no menos glorioso -acaso más- que Ernesto Che Guevara.
Pero los argentinos supimos no quererlo.
En vida lo maltratamos como nos corresponde, y ahora, ya muerto, lo condenamos al bronce fatal de la importancia intocable. Leerlo no hace falta para decir que es difícil o aburrido.
“No nos une el amor, sino el espanto”, supo decir el ciego que más claro nos veía.


24/08/1899
14/06/1986

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