////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///
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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Memorias de un Mercenario. Hoy: "No odies a tu enemigo: contrátalo"




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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si medio asqueado, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado. Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 




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Hoy: "No odies a tu enemigo: contrátalo"





Para mi suerte un viejo mercenario, colega y maestro, y por fin amigo, pudo alumbrarme aquella historia que yo había protagonizado, y que sin embargo seguía sin entender hasta que él me la explicó:
-- Está claro: si vos todos los días vas y le meás la puerta de la casa a un tipo, lo más probable es que el tipo te mande en cana. Pero si en vez de mearle la puerta, le metés  una bomba, lo mejor que puede hacer el tipo,  es contratarte.
Exactamente. Así había sido, eso había sucedido, y allí por fin yo lo entendía.
Urgido -o más bien hundido- económicamente al cabo de más o menos cinco años de  sobrevivir como free lance –tal cual gustaba llamarme-, rodeado por los acreedores, rendido por lo tanto, hacia fines de 1990 volví a las ligas profesionales del periodismo industrial...
Cinco años antes me había retirado de la Editorial Atlántida, de la revista Somos, donde había comenzado, simétricamente, cinco años atrás. Luego me fui, y me llevé toda la indemnización aunque ya en Atlántida te avisaban que si “la querías toda”, no podrías volver a la empresa nunca más. Yo me la llevé toda, porque la quería toda, y porque tampoco pensaba volver allí nunca más. Así que cinco años después, a la hora de entregarme a una redacción, me taché Atlántida ya de arranque.
Automáticamente entonces, mi cabeza giró sus ojos hacia la editorial Perfil, de Jorge Fontevecchia, cuyo producto Noticias, pasaba por entonces un gran momento, y donde viejos colegas, que sí habían seguido su carrera jerárquica bordo de estos grandes buques mercantes, ya eran allí capitanes y oficiales, así que bastó pasearme por las dársenas para volver a la estiba.
Y ahí nomás a poco de empezar, Fontevecchia -que se hacia y crecía a imagen y semejanza de la familia Vigil y su Editorial Atlántida (a la cual emulaba, odiaba y vampirizaba, dicho sea de paso)-, apenas enterado de mi pasado en dicha empresa, me ordenó una nota sobre -contra- Constancio Vigil, uno de los dueños visibles de Atlántida, y quien algún motivo muy personal, despertaba todas las envidias de Jorge Fontevecchia.
Recuerdo que fue una misión sencilla, y lo confieso sin excusas: yo no preví jamás el alcance de la pólvora que usé. Yo creí que le meaba la puerta, y que nunca más, esa puerta, Atlántida, se abriría de nuevo para mí. Pero no, aquél sabio amigo tenía razón: menos de un mes después de volarle la casa a Vigil, Vigil me contrataba y triplicaba mi paga.
Fue así:
La investigación la compartimos con Gabriel Pandolfo, pero nos bastamos con los contactos que yo tenía entre los viejos compañeros de Atlántida. Pronto íbamos a comprobar que con sólo uno de ellos hubiera sido suficiente. Aunque ese nombre, por supuesto, lo voy a resguardar para siempre. Aquí la llamaremos –un poco por divertirnos- Mr. Q.
El caso es que Mr Q. conocía muy bien a Constancio Vigil porque le había tocado compartir muchos viajes, y casi convivir con él.
Nos alegramos de vernos, Mr Q. y yo habíamos sido muy buenos compañeros, él tampoco estaba ya en Atlántida, pero sí en juicio con ellos porque le debían su indemnización, así que no tuvo ningún problema -bajo reserva de su nombre, claro- en contarme de todo... aunque también aquí, con uno solo de sus datos, hubiera sido suficiente para la explosión. Un dato apenas que era pura dinamita. Nitroglecirina, diría más bien, y que, lo confieso, yo no evalué en todo su poder al detonarla… Hasta que explotó y lo vimos.
-- ¿Te acordás de Albarracín? –me preguntó de pronto Mr Q. en medio de un rosario de anécdotas que delineaban a Constancio Vigil como un hombre impetuoso, de a ratos grotesco, casi siempre desubicado, y siempre exitoso.
-- ¿Albarracín... el ascensorista? -repregunté confundido, no entendí a qué venía...
Albarracín era un ascensorista de Atlántica que había sufrido un accidente de tren físicamente discapacitado, y neurológicamente afectado. Lo recordaba, claro, pero no entendí qué tenía que ver. Y era la bomba.
-- Bueno... –me explicó allí Mr Q.- el Mercedes Benz de Constancio está a nombre de Albarracín, porque parece que hay una ley que dice que si el auto lo importás para un discapacitado, no pagás impuestos...
Apuntamos el dato, y apenas lo supo Fontevecchia, pidió más:
-- Eso quiero, indaguen bien eso…
Eso acabo siendo un recuadrito aparte que disparó a su vez un caso interminable.
Nacía el escándalo de “los Mercedes truchos”.
El recuadro inspiró a un fiscal que inmediatamente decidió actuar de oficio. Constancio Vigil fue entonces procesado por contrabando y se eximió de la cárcel por cuestiones jurídicas que no vienen al caso, Pero yo todavía lo recuerdo evidentemente compungido, admitiendo su delito, pidiéndoles disculpas a su familia y a sus socios, por la pantalla de Telefé, su propio canal...
Y la cosa no paró ahí. La investigación judicial descubrió otros famosos que también habían comprado su Mercedes trucho vía Cacho Steimberg –dueño entonces de una concesionaria de autos importados, ex representante de Carlos Monzón-, y entonces  fueron procesados Susana Giménez y Ricardo Darín; quienes tambièn, por razones complejas pero legales, se salvaron de la prisión efectiva.
Pero tampoco ahí terminó la cosa. Cacho Steimberg fue preso por todos, y las investigaciones siguieron su curso y se profundizaban y ramificaban, para cuando yo ya estaba de vuelta empleado en Atlántida, bajo las ordenes directas de Constancio Vigil, quien apenas conocernos me pidió una nota sobre -contra- Jorge Fontevecchia, y por el triple del salario que el otro me pagaba.
Aquél viejo mercenario, colega, y por fin amigo, tenía razón: no odies a tu enemigo... contrátalo.

...(continuará)


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martes, 21 de diciembre de 2010

Memorias de un Mercenario. Hoy: "Enemigos amigos"


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si podrido, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 


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Hoy: "Enemigos amigos"



El río revuelto de los periodistas suelen ser las épocas pre-electorales cuando flujos de un dinero incierto financian medios urgentes, y también, como tales, fugaces.
A fines de 1987 me encontraba yo vencido y endeudado al cabo de más o menos tres años de vivir como free-lance, en lo que había sido un nuevo intento por abandonar el periodismo de una vez por todas.
Fracasado dicho intento, inútil ya para cualquier otro oficio, acuciado por los acreedores, aparece entonces una propuesta para un semanario pronto a surgir, y donde yo ganaría en un mes más de lo que había ganado en el último año. No precisaron explicarme mucho más.
Comenzaba 1988 y Raúl Alfonsín desgobernaba el país, ya en rumbo decidido hacia la hiperinflación, los saqueos y el caos del final. Pero a mediados de aquél año de 1988, se dirimían las internas justicialistas para las presidenciales del año siguiente. Los contendientes eran Antonio Cafiero, gobernador entonces de la provincia de Buenos Aires, y Carlos Menem, gobernador entonces de La Rioja.
Sin embargo nada de eso era de mi incumbencia, mi trabajo en aquél semanario básicamente político, era armar yluego  dirigir la parte más liviana: espectáculos, deporte, arte, etc… Las únicas dos premisas que me habían marcaron eran: no pegarle a Menem, ni a Alfonsín. Hoy cualquier diría que el Pacto de Olivos ya estaba en marcha, pero entonces las cosas no parecían tan claras.
La revista se llamó Usted y la información, la dirigía Carlos Tórtora, quien luego llegaría a ser el número 5 en la Side de Anzorregui. Pero entonces de Hugo Anzorregui tampoco se hablaba.
La paga era buena y puntual. Sin falta cada fin de mes llegaban los sueldos en negro, y apenas debíamos firmábamos un recibo de librería sin preguntar nadie nada. La plata la traía en una valija un tipo muy simpático –como suele resultar cualquier persona que te trae una valija llena de plata- , que era abogtado, supimos después, y que se llamaba Alberto Kohan. Pero el dinero provenía de los fondos reservados de la Side de Alfonsín que en ese preciso momento dirigía Facundo Suárez Lastra.
O el Pacto de Olivos ya era un hecho, o los radicales con el olfato, que los distingue se equivocaban una vez más y veían en Cafiero el gran enemigo para las presidenciales del 89.
Fuera como fuera, el objetivo de la revista no era el éxito editorial, ni mucho menos el ejercicio moral de periodismo. Ja. Aquel semanario no tenía más objetivo que el objetivo general de sus financistas: derrotar a Cafiero en las internas del justicialismo.
El 9 de julio de 1988, Carlos Menem ganó esas internas.
Pocos días después, alcanzado el objetivo para el cual se había inventado esa revista, la revista cerró, así, de pronto, en medio de un mes, sin pagar esos sueldos ni previo aviso ninguno. Un lunes llegamos a la redacción y simplemente ya no había redacción, ni máquinas ni muebles, ni por supuesto director tampoco. Todos quedamos en la calle, como diría el propio Alfonsín: "de la noche a la mañana".
Bueno, no todos, claro... no Carlos Tórtora, por ejemplo, ni Alberto Kohan, ni Facundo Suárez Lastra, ni Raúl Alfonsín, ni Carlos Menem, ni siquiera Cafiero, que aún vencido siguió siendo gobernador, y aún hoy tiene laburo.
Algunos compañeros más tiernos que yo, intentaron durante días una protesta, y hasta pretendieron una indemnización, una explicación, algo… como si aquello alguna vez hubiese sido otra cosa que un buque pirata.
Yo traté de calmarlos. Faltaba poco para las presidenciales del 89, y otra vez ellos, u otros, precisarían de nosotros.
No me equivoqué. Antes de fin de año flujos de un dinero incierto… pero esa ya es otra historia demasiado parecida a ésta.

(continuará)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

MEMORIAS DE UN MERCENARIO. Hoy: "Mentiras verdaderas"


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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si podrido, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 


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Hoy: Mentiras verdaderas


Que la verdad no te impida hacer una buena nota es un viejo axioma del oficio que cualquier principiante oye apenas comienza.
En mi caso lo había aprendido en lo inicios de los 80, allá por mis inicios y los de Gabriela Sabattini, que entonces apenas surgía,  y yo solito, con mis propias manos, la convertí en un boom. Así como lo leen.
Y es que por entonces llevaba ya un par de años batallando como cronista, y me había ganado cierta buena fama de perro de presa y revienta-puertas… en un principio sólo quise ganarme el puesto, pero así me convertí en víctima de la bestia que yo mismo inventé. De golpe todas las notas complicadas, las fotos imposibles, los personajes más esquivos, los casos inexistentes, eran todos para mí. Me tenían fe.
Tanta que mi jefe de redacción –un viejo lobo de cuadra- cierta tarde me llama y me pregunta si sabía quién era Gabriela Sabattini. Por supuesto que sí sabía, le dije, como tanta otra gente que ya empezaba a saberlo...
--  Bien –me dijo con el apuro que corresponde al oficio-, porque resulta que hay un boom de Gabriela Sabattini, todas las chicas ahora juegan al tenis, compran ropa de tenis, toman clases de tenis, se peinan como ella, en fin, un boom impresionante….esa es la nota que quiero hagas: “el boom Gabriela Sabattini”…
Le recordé que si bien la chica estaba surgiendo y prometía, no existía de momento ningún boom, ni las chicas se abalanzaban sobre las canchas de tenis, ni se peinaban como ella, ni nada de eso…
Me miró sorprendido.
-- Ya lo sé, boludo… por eso te encargo la nota a vos… ahora andá, y fabricás el boom Gabriela Sabattini: vas a las casas de deportes, preguntále a los vendedores si creen que hay un boom, si te dicen que no, buscá alguno que diga que sí, te agarrás un par de pendejas y les sacás fotos probándose ropa de tenis, de paso que se peinen como ella, y así… ¿lo ves el boom ahora?...
Dicho y hecho. Salí a la calle con un fotógrafo, recorrí un par de casas de artículos deportivos, efectivamente los vendedores se mostraron muy de acuerdo en augurar o suponer o al menos admitir un boom Gabriela Sabattini, y un par de chicas muy amables y divertidas, no tuvieron ningún inconveniente en probarse ropa y ser fotografiadas para una revista…
Esa semana esa tapa consagraba a viva voz el nuevo boom del tenis argentino.
Era todo mentira, y sin embargo… en breve sería verdad.
Y es que así funciona el periodismo... de anticipación, dijéramos… no siempre es falso, a veces nada más es prematuro. 

lunes, 29 de noviembre de 2010

Memorias de un Mercenario. Hoy: De profesión cínico.


El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si podrido, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 
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Hoy: De profesión cínico




Raymond Chandler decía que los periodistas se vuelven cínicos porque manejan más información de la que pueden dar a conocer. Quizás. La frase siempre me recuerda este episodio.
Eran los inicios de 1984, volvía la democracia, y trémula se instalaba. Yo todavía era muy joven, pero ya era redactor especial, no cronista, y ahora hacía política, no cualquier cosa.
Una mañana demasiado temprano me tocó entrevistar al entonces diputado Alvaro Alsogaray en su despacho del bloque en el mismísimo Congreso. Llegué tarde, y el ingeniero entonces, gauchito siempre, me hizo esperar más de una hora juntando orina en su antesala. .
Y junté tanta, que en un momento precisé ir al baño.
Le pregunté a la secretaria del diputado dónde podía encontrar uno, y la secretaria, más gauchita que su diputado, me ofreció la llave del baño que compartían ellos con ya no recuerdo qué otro bloque.
El caso es que allí ya, de pie mientras me alivio, advierto, en el lugar donde debería estar enrollado el papel higiénico, una serie de hojitas impresas en papel de diario y tinta negra. Qué miserables, recuerdo que pensé creyendo que eran pedazos de papel de diario… pero no, era otra cosa y quise ver qué. Quise saber, al fin y al cabo, con qué se limpiaban el culo los honorables representantes de nosotros el pueblo. Tomé una hojita, y salté al vacío.
Allí la sorpresa, la desazón, el espanto, mi joven corazón democrático que estalla y se astilla para siempre jamás… Lo digo sin énfasis, ya sin emoción: eran hojitas arrancadas de esas ediciones baratas de la Constitución Nacional Argentina; de esas que hace la propia imprenta del Congreso para distribuir gratis, para regalarle a las escuelas que lo visitan, o… o bueno, para que se limpien el culo los diputados.
Sacudí ya sacudido, y salí de ese baño como habría vuelto Moisés de la montaña si hubiese advertido que Dios era un alcohólico 
Alsogaray por fin me atendió, pero no me acuerdo de qué hablamos. Yo nada más prendí el grabador, le tiré un par de preguntas, y asentí su monólogo ausente aunque sonriente… Pensaba cuánto de mi juventud se había ido recién por aquel inodoro   legislativo…
Y es que ya lo decía Jack London: “no es bueno asomarse detrás del escenario y descubrir que el tenor de voz de ángel, azota a su esposa”… No, no es bueno… le perdés el gusto al teatro, te burlás de los actores, no te conmueven los dramas…
Te volvés un cínico, bah.
Otra vez Chandler tenía razón.



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jueves, 25 de noviembre de 2010

MEMORIAS DE UN MERCENARIO: HOY. "Sangre, sudor y lucro"

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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. 


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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 
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Hoy: "Sangre, sudor y lucro"



"El periodismo es para los chicos".
Daniel Ares


El periodismo es para los chicos.
Recuerdo haber dicho esa frase por primera vez hace ya muchos años en la mesa de un  bar de la trasnoche de un cierre de la revista Noticias  ante algunos cansados colegas que allí me dieron toda la razón del mundo con una risa amarga. De tanto en tanto me cuentan que la frase todavía rueda por las redacciones, ya casi anónima. No reclamo derechos, ja. Apenas me alienta y lamento que le deba su vigencia a la verdad incontestable que formula: El periodismo es para los chicos.
Por supuesto me refiero al periodismo con fines de lucro, y sobre todo. al  periodismo en gran escala, ese que llamo "periodismo industrial", el de los grandes multimedios, esos que amasan fortunas mientras cocinan poder. Allí las fantasías juveniles sobre el oficio, estallan más rápido que las pompas de jabón de don Antonio Machado.  
Superado más o menos pronto el deslumbramiento inicial por el frenesí neurótico de las redacciones, por las aventuras de cabotaje, y por la falsa bohemia -que no es sino el trabajo extra que pronto descubrís que nunca te pagan-; muertas ya sobre los hechos las locas ilusiones de la escuela de periodismo, el Periodismo, su noble esencia, se evapora enseguida en el corazón del novato, que allí nomás se petrifica y continúa... o se evapora también.
El periodismo es para los chicos, pasado un tiempo es un trabajo como cualquier otro, cuando no ya un negocio, en el cual se habla sobre todo de dinero o de poder, o de ambas cosas a la vez, o apenas de fama, de vanidad, de figuración, de nada….
El periodismo como “faro de la verdad que alumbra el camino de la sociedade hacia el bienestar común” o cosas así, son, pronto, chistes que hacen reír a los profesionales, y cuanto más profesionales son, más se ríen. Ja.
El periodismo es una industria cuyo comercio mueve millones. Es un negocio, uno de los negocios legales más grandes y más poderosos del mundo; y como todo gran negocio, es un negocio duro.
Cuando gobiernan las armas, los medios –lo vimos en la Argentina- o bien desaparecen, o bien secundan a las armas, como hicieron Clarín y La Nazión, por ejemplo.
Pero ya en democracia, los medios "son" las armas.
De nada sirve mover el más grande aparato partidario para llenar un estadio o dos, cuando otro por la tele te llena diez estadios sin moverse de un estudio. En democracia, los medios son las armas y las armas no son para que jueguen los niños. Por eso el periodismo es para los chicos, pero el negocio no.
El joven novato, con su pasión y su frescura, y su pequeño hatillo de grandes sueños, oh, será siempre muy bienvenido en cualquier redacción, como suele serlo en la batalla la valiente carne de cañón de las primeras líneas. Pero si quiere sobrevivir, el novato tendrá que aprender el negocio.
El periodismo es una industria cuya materia prima es la realidad, la información, sí… pero ese no es el producto que vende. El producto que vende dicha industria es justamente la manufacturación de ese insumo, de esa realidad, y de la información que la compone.
Suele decirse que “en las redacciones todo se sabe”. Doy fe. Antes o después toda verdad que más o menos importe, llega a cualquier redacción más o menos importante. Pero también doy fe de que pocas verdades salen de una redacción tal cual entraron. Apenas sí la parte o la forma que defienda o no afecte los intereses económicos y/o políticos de los dueños del medio, de sus socios y sus aliados. Esa es la primera verdad, y el que no la aprenda pronto, no aprenderá mucho más.
Entendido esto, el novato entonces ha de aprender la técnica.
La técnica es la suma de recursos a partir de los cuales podrá expresar una idea que no tiene, explicar un hecho que no terminó de entender porque no le dieron tiempo o presupuesto para terminar de investigar; o también presentar como irrebatible una argumentación cosida de apuro con tres o cuatro rumores sin chequear, y sendas precisas directivas de la superioridad. Hay gente muy diestra en el manejo de estas técnicas, y suelen alcanzar posiciones de privilegio con las que tanto sueñan tantos aprendices.
Estos hombres, los profesionales, son apreciados por muchas condiciones, pero sobre todo, por su ductilidad. Son los que siempre se disputa la competencia, los que hoy están aquí y mañana en el medio rival diciendo todo lo contrario pero ganando el doble –caso Lanata-; o instalados para siempre bajo el amparo del mismo mejor postor, disfrazados ya entonces de gente de convicciones, caso Joaqu-Inmorales Solá. Estos suelen ser los más caros, los que además de oficio, experiencia, contactos y técnica, venden su nombre como una marca, más su público cautivo como un ganado propio.
"Toda generalización es absurda -decía Bernard Shaw-, incluso ésta"; pero más allá de las honrosas excepciones de rigor -y de sus precios relativos-, del renombre o no que tenga uno u otro; todos ellos son “profesionales”. Algunos los llaman “mercenarios”. Yo, por ejemplo, porque yo fui uno de ellos. Por eso tampoco lo digo despectivamente, sino con cierto resignado orgullo. Después de todo, los mercenarios por lo menos saben que no son sino soldados, peones, a lo sumo alfiles cuando no caballos del impresionante ajedrez sobre el que danzan.
Y así como no puede acusarse de “cipayo” a un operario de la Coca Cola, así tampoco los periodistas, los trabajadores de los medios, pueden ser culpados por los crímenes del medio al que sirven. Ni por lo tanto creerse, ninguno de ellos, nada especial, sino apenas lo que son: operarios de una gran maquinaria que en sí misma los ignora.
Son tiempos cruciales para el periodismo en la Argentina. La Ley de medios, el abierto enfrentamiento por fin con los monopolios multimediaticos que hace mucho usan su  poder para algo más que informar, el emplazamiento de la Corte Suprema de Justicia;  marcan los picos de la contienda… son días cruciales para el periodismo, y para la Argentina. Pero no para los periodistas.
A lo sumo se abrirán nuevas fuentes de trabajo, en ese sentido, sí, pero… pero cuando el mando cambie, cuando muden los patrones, cambiarán seguramente los villanos y los héroes de sus páginas, el enfoque general del medio, el contenido y tal vez hasta el estilo, el nombre, y el papel; pero los periodistas no.
Cuando todo cambie ellos seguirán allí, en la línea de combate, haciendo su trabajo,  cumpliendo con sus órdenes, siempre soñando con otro ascenso y su aumento, con las vacaciones en enero; siempre al pie de cada cierre, atentos al taller que acecha porque es la hora, presionando al boludo que no entrega y te entierra, soportando al patrón que pide sangre, sudor y lucro… pase lo que pase ellos seguirán allí como siguen los soldados en el frente por mucho que cambien los mandatarios que los mandan… Siempre alguien tendrá que carga ese fusil, y disparar contra ese blanco... siempre.
Y salvo por esos chicos que por un rato juegan a ser héroes, idealistas y valientes, la guerra y el periodismo, como tantas otras actividades muy lucrativas, se resuelven con profesionales, es decir: gente que hace lo que le dicen, sin preguntar demasiado, porque para eso le pagan lo que le pagan.
Románticamente yo los llamo mercenarios porque fui uno de ellos, y porque los sé inocentes. Hacen lo que les mandan porque precisan la paga. Son la mano ejecutora, nada más.. Matan y salvan sin pasión, es su trabajo.
Sé que algunos de ellos se creen mucho más, y más de uno acaso escupa la pantalla si me lee. Yo los perdono a todos como si fuera quién.
Los periodistas no son culpables de nada aunque tampoco son inocentes. Surgen de las profundidades de un conflicto mucho más hondo, y sólo tratan de sobrevivir. Ya en la batalla, el fuego los modela, no los viejos sueños.




(continuará)...


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domingo, 21 de noviembre de 2010

MEMORIAS DE UN MERCENARIO: HOY: "Nada personal", con la participación estelar de Carlos Andrés Calvo...



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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si asqueado, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martiyo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy 
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Hoy: Nada personal



Y me voy de un solo salto al final de mi carrera, cuando yo ya era un veterano con más cicatrices que medallas, y de pronto me toca dirigir mi propio regimiento. Una semanrio nuevo, de género menor, farándula y tevé. Una redacción de bajo presupuesto, un puñado de novatos, un  contramaestre de oficio, y yo, que por entonces volvía vencido al periodismo industrial, después de mi primer intento de abandonarlo para siempre.
Eran los inicios de los 90, la revista se llamaba Tele Clic. La editorial Atlántida la había ideado para apoyar su nuevo portaviones: el canal abierto Telefé. No esperaban vender, de esa revista. más de 10 mil ejemplares. Llegamos a los cien mil, que era lo que entonces vendían Gente y Noticias, las primeras en venta en todo el país.
Fue sencillo. Eran los días cuando agonizaba Radiolandia 2000, con cinco mil ejemplares y en baja, y tal era toda la competencia que teníamos en el rubro. Probé apenas mudar mudé el enfoque histórico del género, y en vez de practicar el consabido periodismo de exaltación y adulación a la tele y sus estrellas, opté por imprimirle una estética maldita, y el público, siempre sediento de sangre, pagó muy bien por ello.
Aquí la historia.
Por supuesto se suponía que no podía tocar a las estrellas de Telefé… pero se suponía que ellas tampoco podían tocarme a mí.
Y pasó lo siguiente.
Era verano. El actor Carlos Andrés Calvo hacía Amigos son los amigos por Telef.e, y estaba por entonces en su hora de gloria. Sofocado por el éxito, se había escondido y no daba notas.
Divo del rating, sex-symbol del momento, epicentro y usina de los chismes más valiosos del ambiente, por aquellos días se le endilgaba otro nuevo romance con su consiguiente separación previa del anterior; se decía también que tenía problemas impositivos, que se ocultaba porque estaba demasiado gordo; las peores lenguas rumoreaban incluso que usaba demasiada cocaína, y un diario brutal y menor de Montevideo (cuyo nombre no puedo recordar), llegó al extremo de sugerir que Calvo, acaso, estaba con sida. Harto de todo, claro, el superstar se recluyó en una quinta de don Torcuato, y no daba notas.
Por supuesto entonces,  Don Constancio Vigil, dueño de Atlántida, de  Telefe, de Tele Clic, y por carácter transitivo, de mí, lo quería de pronto en reportaje exclusivo para la tapa. 
Saludo uno, con generosidad y valor, le confié la crucial misión al principiante que a diario recorría anónimo los pasillos de Telefé recogiendo chivos, rumores y nada.
Conciente de la oportunidad, el novato me aseguró que ya tenía el sí de Calvo, y que lo haría en cualquier momento.
Pero los días pasaron, y una mañana Calvo, en reportaje exclusivo, aparecía en la tapa de Radiolandia 2000, nuestra moribunda competencia que así nos humillaba.
Sólo que nadie se burla de un mercenario ya todo roto, y mucho menos cuando éste justamente un regimiento propio a mano, y detrás un ejército que tampoco gusta ser vencido. No señor.
Tomé el toro por las astas con mis propias manos, y le pedí a la superioridad completa libertad de acción. Constancio me la concedió.
Convoqué lo que se llama en el oficio un “fotógrafo de asalto”, le adosé un joven cronista automático, y les expliqué exactamente lo que necesitaba.
-- No quiero una nota con Calvo, no lo molesten, que ni se de cuenta que están ahí. Lo que quiero es una foto suya en su quinta, pero no una buena foto, quiero una foto fuera de foco, de lejos, que se vean en primer plano los pastos donde se encondieron…
Trabajo fácil para  Daniel Muñoz (aquí te saludo, tocayo), el tiempo que duró el viaje en auto hasta don Torcuato fue lo que tardamos en tener nuestra foto, allí estaba Clavo tal y como yo lo quería: en malla, panzón, de lejos, fuera de foco, medio difuso entre las hierbas que obstruyen la lente… El titulo de la portada, ya lo tenía listo:: ¿Por qué se esconde Calvo? ¿Esta deprimido? ¿Demasiado gordo? ¿Lo persigue la DGI? ¿Tiene Sida?... Adentro la nota negaba todo, pero esa tapa en los kioscos funcionó como dinamita.
Por supuesto Calvo puso el grito en el cielo, y tuvieron que intervenir el gerente de Telefe y hasta Constancio Vigil para mediar entre nosotros y lograr la paz.
Todo terminó en un asado a solas en esa quinta de Torcuato. Allí Calvo me contó que la fama era una mierda, y yo le conté que el periodismo también.
Pero como diría Michael Corleone: “nada personal: negocios”.


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viernes, 12 de noviembre de 2010

"MEMORIAS DE UN MERCENARIO", el inicio. Hoy: "Welcome to hell"



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El periodismo es un negocio de extorsión, la prensa libre no existe, y estamos todos rodeados”; fue dicho en el post del 10/11, Una puta inmaculada, que sirve de introducción a esta sección, y donde a la vez anunciábamos estos rápidos relatos destinados a refrendar con hechos las palabras, porque una buena historia vale más que mil imágenes. El autor se retiró del periodismo, no arrepentido, pero si asqueado, al cabo de 25 años de oficio. De su experiencia, estos recuerdos.



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El Martillo Producciones presenta…


"Memorias de un mercenario"
 




“Los mercenarios que he tratado, y con quienes a veces he compartido la vida, combaten de los veinte a los treinta años para rehacer el mundo. Hasta los cuarenta, se baten por sus sueños y por esa idea que de sí mismo se han inventado.
Después, si no han dejado la piel en la batalla, se resignan a vivir como todo el mundo –a vivir mal, porque no cobran ningún retiro- y mueren en su lecho de una congestión o de una cirrosis hepática. El dinero nunca les interesa, la gloria rara vez, y se preocupan muy poco de la opinión que merecen a sus contemporáneos. En esto es en lo que se distinguen de los demás hombres”.

Jean Lartéguy

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Hoy: Welcome to hell


Que el periodismo es un negocio basado en la extorsión, lo aprendí en seguida, cuando recién empezaba en el profesionalismo, es decir, en el oficio del negocio del "periodismo industrial".
Hasta entonces me había debatido con mucha vocación y poca suerte entre emprendimientos under, o colaboraciones imperceptibles y miserables en forma de informes tan aburridos, y tan mal pagos, que sólo yo, creo, podía aceptarlos...
Pero ya no. Ahora había conseguido un hueco en un buque de verdad, un hueco en el que no hubiese cabido una ameba, quizás, pero yo era menos que una ameba en esa revista tan importante que hasta anunciaba sus lanzamientos por televisión y se vendía en todo el país. Se llamaba "Somos", ya no existe, la producía la Editorial Atlántida.
1980 se terminaba y allí estaba yo, todo un debutante, ni siquiera un cronista, apenas un aspirante a que ansiaba trabajar, y quería aprender. Y allí logré, nobleza obliga, las dos cosas. Trabajé mucho, y aprendí mucho.
Y una de las primeras cosas que aprendí, fue justamente que el periodismo es un negocio basado en la extorsión.
A poco de empezar allí, me reclutaron un día para la investigación de la próxima nota de tapa, el “informe especial” de Somos: ¿Por qué son tan caros los remedios?
Mi participación sería desde luego mínima, minúscula, pero la causa parecía una gran causa. ¿Por qué son tan caros los remedios, eh?... En plena dictadura, la pregunta sonaba atrevida, rebelde, incluso reivindicatoria…
A  mi me tocó entrevistar a unos cuantos gerentes de grandes laboratorios –exranjeros, claro (la industria nacional ya no existía)- que sin titubear me darían por supuesto sus muchas y sólidas razones para cobrar tan caros sus productos.
Allí estaba entonces yo con mi grabador y uno de ellos (cuyo nombre omito por olvido, no por piedad), cuando el hombre, suelto y relajado ante el cronista novato, incurre en una infidencia escalofriante.
Entre las razones que justificaban el alto precio de sus remedios, me explicó, estaban, por ejemplo, los altos costos de la producción de esos remedios.
-- Piense que una droga lleva mucho tiempo de elaboración, de  investigación… sin contar que durante diez años o más, se la prueba en mercados pilotos…
-- ¿Qué serían “mercados pilotos”? –preguntó demasiado rápido el cronista demasiado joven, y el hombre, demasiado relajado, respondió demasiado.
-- Y, por ejemplo... –recuerdo que se frenó y me miró, y que por no decir Argentina, balbuceó: Bolivia…
Corrí a la redacción con mi grabador en llamas.
“Los grandes y monstruosos laboratorios multinacionales usan a los pueblos de Latinoamérica como conejillos de india”, imaginaba el título en cuerpo catástrofe…
Apenas comenzaba y allí tenía una primicia explosiva, una confesión de parte que justificaba por sí sola toda la investigación y su tapa.
Una vez en la redacción, les conté sin respirar a mis superiores del tesoro hallado.
Y mis superiores me escucharon muy entusiasmados y coincidieron conmigo en que el dato era un dato ciertamente explosivo. Acaso me palmearon el hombro y tal vez ese día por fin se aprendieron mi nombre.  Pero la nota no salió nunca. Aquella investigación y sus explosivas revelaciones, no explotaron jamás.
O sí.
Porque en las sucesivas ediciones de Somos, sin embargo, se multiplicaron repentinos  avisos de laboratorios, en página en impar, y en pliego color.
A mí se me rompió un poquito el corazón, pero a cambio aprendí tanto con aquella nota inútil, que no sólo comprendí enseguida la esencia del negocio y la dinámica de su industria, sino que allí me convertí de un saque en el “profesional” que hoy retirado, se permite estas memorias. A mí me expían, y a vos te avisan.

(continuará)

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